Santos Marcelino y Pedro

Santos Marcelino y Pedro fueron dos mártires romanos del siglo IV que murieron durante la persecución de Diocleciano. Marcelino era sacerdote y Pedro era exorcista, ambos miembros del clero romano que trabajaban juntos en el servicio a la comunidad cristiana de Roma. Su historia nos ha llegado principalmente a través del testimonio de su carcelero, Artemio, quien se convirtió al cristianismo gracias a su ejemplo.

Según la tradición conservada por el Papa San Dámaso I, ambos fueron arrestados durante la persecución y encarcelados juntos. En prisión continuaron su ministerio, convirtiendo a su carcelero Artemio y a su familia, así como a otros prisioneros. Su valor y serenidad ante la muerte impresionaron profundamente a quienes los conocieron. Fueron ejecutados en secreto en un bosque para que los cristianos no pudieran venerar sus restos, pero sus cuerpos fueron encontrados y sepultados en las catacumbas romanas.

Marcelino y Pedro vivieron durante la "Gran Persecución" iniciada por Diocleciano en 303, la más sistemática y cruel contra los cristianos en la historia del Imperio Romano. En Roma, la comunidad cristiana estaba bien organizada con una jerarquía clerical establecida y una red de catacumbas donde celebraban los ritos funerarios según sus creencias.

Su martirio tuvo lugar probablemente hacia 304, cuando la persecución alcanzó su máxima intensidad. El hecho de que fueran ejecutados en secreto "in silva nigra" (en el bosque negro) muestra el temor de las autoridades romanas a la veneración popular de los mártires cristianos. Sus sepulcros en las catacumbas de la Vía Labicana se convirtieron en lugares de peregrinación, y el emperador Constantino mandó construir una basílica sobre sus tumbas.

Santos Marcelino y Pedro fueron martirizados el 2 de junio del año 304, según los datos conservados en los antiguos calendarios litúrgicos romanos. Su memoria se mantuvo viva en la Iglesia romana desde muy temprano, siendo mencionados en el Canon Romano de la Misa desde el siglo VI.

Su culto se extendió por todo el mundo cristiano, siendo especialmente venerados en las regiones donde trabajaron los misioneros romanos. Sus nombres están incluidos en el Canon Romano (Plegaria Eucarística I), lo que testimonia la antigüedad y universalidad de su veneración. La basílica constantiniana construida sobre sus tumbas fue una de las iglesias más importantes de la Roma cristiana primitiva.